Preparar el espacio físico para una sesión de cuentos requiere de atender ciertos detalles imprescindibles si queremos que se produzca el verdadero arte de contar y escuchar historias.
En ese espacio físico va a tener lugar el encuentro entre el narrador con el público. Por lo tanto, ha de ser un espacio que invite a quedarse, cómodo y confortable. Un espacio, además, que propicie la escucha y la intimidad, elementos necesarios en el arte de contar y escuchar historias. Un espacio en el que el público se sienta protegido para dar rienda suelta a su imaginación. Imaginar requiere de un esfuerzo mental, por lo tanto cuanto más facilidades le demos a nuestro cuerpo y mente, mejor podremos imaginar esos lugares, esos escenarios donde transcurren los cuentos. El espacio físico, por lo tanto, ha de ser capaz de facilitar ese viaje imaginario que va a realizar el que escucha una sesión de cuentos. Igual que cuando nos disponemos a leer buscamos lugares íntimos, para escuchar obramos de igual manera.
El narrador ha de estar visible, bien iluminado con posibilidad de ver al público. El público estará sentado cómodamente en semicírculo de espaldas a la puerta para evitar cualquier distracción. El lugar ha de estar a una temperatura agradable. El silencio es imprescindible. Una vez convocada a la gente, el narrador comienza a contar.
Y es aquí cuando empieza el viaje imaginario. El momento en que el espacio físico desaparece y nos adentramos en otros lugares, en esos escenarios donde suceden las historias. Donde la imaginación comienza a funcionar y donde la mirada del espectador se pierde en el horizonte. Donde dejamos de ver al que nos cuenta, o a la vez que le miramos, también observamos eso que nos cuenta con los ojos de la imaginación.
Una vez finalizada la sesión, regresamos al punto de partida, a ese espacio físico: sillas, paredes y suelo que nos han sostenido en nuestro viaje. Un viaje por ese otro espacio, el imaginario, el lugar donde habitan los cuentos.
